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Novela hispanoamericana del siglo XX

            A diferencia de lo acontecido en siglos anteriores, en los que el mundo literario hispanoamericano se inspiraba en los movimientos y estilos españoles, en el siglo XX la literatura de Latinoamérica cobra un prestigio cultural genuino e independiente de la antigua metrópoli. Aunque en las primeras décadas del siglo XX se perpetúa el influjo del realismo decimonónico, a partir de los años cuarenta la novela hispanoamericana se enriquece, influida por la transformación estética vanguardista y las innovaciones narrativas europeas y norteamericanas. Un renovado realismo “mágico” se abre paso a mitad la centuria, precediendo al denominado boom de la novela hispanoamericana en los sesenta. A partir de este momento, no solo grandes nombres de las letras latinoamericanas triunfan entre los lectores y acumulan galardones, sino que marcan un estilo propio en el que se miran narradores de todo el mundo.

Veamos la evolución del género a través de los textos en las siguientes actividades:

  1. Lee el fragmento y determina razonadamente a qué corriente pertenece.

Entre las malezas de la sierra durmieron los veinticin­co hombres de Demetrio Macías, hasta que la señal del cuerno los hizo despertar. Pancracio la daba de lo alto de un risco de la montaña.

— ¡Hora sí, muchachos, pónganse changos! —dijo Anastasio Montañés, reconociendo los muelles de su rifle.

Pero transcurrió una hora sin que se oyera más que el canto de las cigarras en el herbazal y el croar de las ranas en los baches.

Cuando los albores de la luna se esfumaron en la faja débilmente rosada de la aurora, se destacó la pri­mera silueta de un soldado en el filo más alto de la ve­reda. Y tras él aparecieron otros, y otros diez, y otros cien; pero todos en breve se perdían en las sombras. Asomaron los fulgores del sol, y hasta entonces pudo verse el despeñadero cubierto de gente: hombres diminutos en caballos de miniatura.

—¡Mírenlos qué bonitos! —exclamó Pancracio—. ¡Anden, muchachos, vamos a jugar con ellos!

Aquellas figuritas movedizas, ora se perdían en la espesura del chaparral, ora negreaban más abajo sobre el ocre de las peñas.

Distintamente se oían las voces de jefes y soldados. Demetrio hizo una señal: crujieron los muelles y los resortes de los fusiles.

— ¡Hora! —ordenó con voz apagada.

Veintiún hombres dispararon a un tiempo, y otros tantos federales cayeron de sus caballos. Los demás, sorprendidos, permanecían inmóviles, como bajorre­lieves de las peñas.

Una nueva descarga, y otros veintiún hombres rodaron de roca en roca, con el cráneo abierto.

— ¡Salgan, bandidos!… ¡Muertos de hambre! —¡Mueran los ladrones nixtamaleros!…

—¡Mueran los comevacas!…

Los federales gritaban a los enemigos, que, ocultos, quietos y callados, se contentaban con seguir haciendo gala de una puntería que ya los había hecho famosos.

—¡Mira, Pancracio —dijo el Meco, un individuo quesólo en los ojosy en los dientes tenía algo de blanco—; ésta es para el que va a pasar detrás de aquel pitayo!… ¡Hijo de…! ¡Tomal… ¡En la pura calabaza! ¿Viste?… Hora pal que viene en el caballo tordillo… ¡Abajo, pelón!…

—Yo voy a darle una bañada al que va horita por el filo de la vereda… Si no llegas al río, mocho infeliz, no quedas lejos… ¿Qué tal?… ¿Lo viste?…

— ¡Hombre, Anastasio, no seas malo!… Emprésta­me tu carabina… ¡Ándale, un tiro nomás!…

2. Lee los textos de Pedro Páramo de Juan Rulfo y busca ejemplos de sus características literarias y temáticas: ruptura del orden cronológico, perspectiva múltiple, aparente objetividad, elementos fantásticos, geografía ficticia, crítica social, temas americanos (Méjico). ¿Cómo es la lengua de la novela?

-1-

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas.

Todavía antes me había dicho:

-No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio… El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.

-Así lo haré, madre.

Pero no pensé cumplir mi promesa. Hasta que ahora pronto comencé a llenarme de sueños, a darle vuelo a las ilusiones. Y de este modo se me fue formando un mundo alrededor de la esperanza que era aquel señor llamado Pedro Páramo, el marido de mi madre. Por eso vine a Comala.

-22-

Fue muy fácil encampanarse a la Dolores. Si hasta le relumbraron los ojos y se le descompuso la cara.

-Perdóneme que me ponga colorada, don Fulgor. No creí que don Pedro se fijara en mí.

-No duerme, pensando en usted.

-Pero si él tiene de dónde escoger. Abundan tantas muchachas bonitas en Comala. ¿Qué dirán ellas cuando lo sepan?

-Él sólo piensa en usted, Dolores. De ahí en más, en nadie. (…) Pongamos por fecha de la boda pasado mañana. ¿Qué opina usted?

-¿No es muy pronto? No tengo nada preparado. Necesito encargar los ajuares. (…)

-Pero además hay algo para estos días. Cosas de mujeres, sabe usted. ¡Oh!, cuánta vergüenza me da decirle esto, don Fulgor. Me hace usted que se me vayan los colores. Me toca la luna ¡oh!, qué vergüenza.

-¿Y qué?; El matrimonio no es asunto de si haya o no luna. Es cosa de quererse. Y, en habiendo esto, todo lo demás sale sobrando.

-Pero es que usted no me entiende, don Fulgor.

-Entiendo. La boda será pasado mañana.

-23-

-Ya está pedida y muy de acuerdo. El padre cura quiere sesenta pesos por pasar por alto lo de las amonestaciones. Le dije que se le darían a su debido tiempo. Él dice que le hace falta componer el altar y que la mesa de su comedor está toda desconchinflada. Le prometí que le mandaríamos una mesa nueva . Dice que usted nunca va a misa. Le prometí que iría. Y que desde que murió su abuela ya no le han dado los diezmos. Le dije que no se preocupara. Está conforme.

-¿No le pediste algo adelantado a Dolores?

-No, patrón. No me atreví. Ésa es la verdad. Estaba tan contenta que no quise estropearle su entusiasmo.

-Eres un niño.

«¡Vaya! Yo un niño. Con 55 años encima. Él apenas comenzando a vivir y yo a pocos pasos de la muerte»

-No quise quebrarle su contento.

-A pesar de todo, eres un niño.

-Está bien patrón.

-La semana que entra irás con el Aldrete. Y le dices que recorra el lienzo. Ha invadido tierras de la Media Luna.

-Él hizo bien sus mediciones. A mí me consta.

-Pues dile que se equivocó. Que estuvo mal calculado. Derrumba los lienzos si es preciso.

-¿Y las leyes?

-¿Cuáles leyes, Fulgor? La ley de ahora en adelante la vamos a hacer nosotros.

-25-

-Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen. Eso me venía diciendo Damiana Cisneros mientras cruzábamos el pueblo.

-Hubo un tiempo en el que estuve oyendo durante muchas noches el rumor de una fiesta. Me llegaban los ruidos hasta la Media Luna. Me acerqué para ver el mitote aquel y vi esto: lo que estamos viendo ahora. Nada. Nadie. Las calles tan solas como ahora. (…)

¨Sí -volvió a decir Damiana Cisneros-. Este puelo está lleno de ecos. Yo ya no me espanto. Oigo el aullido de los perros y dejo que aúllen. Y en días de aire se ve al viento arrastrando hojas de árboles, cuando aquí, como tú ves no hay árboles. Los hubo en algún tiempo, porque si no ¿De dónde saldrían esas hojas?»

«Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces. (…)

-37-

-¿Quieres hacerme creer que te mató el ahogo, Juan Preciado? Yo te encontré en la plaza, muy lejos de la casa de Donis, y junto a mí también estaba él, diciendo que te estabas haciendo el muerto. Entre los dos te arrastramos a la sombra del portal, ya bien tirante, acalambrado, como mueren los que mueren muertos de miedo. De no haber habido aire para respirar esa noche de que hablas, nos hubieran faltado las fuerzas para llevarte y contimás para enterrarte. Y ya ves, te enterramos.

-Tienes razón Doroteo. ¿Dices que te llamas Doroteo?

-Da lo mismo. Aunque mi nombre sea Dorotea. Pero da lo mismo.

-Es cierto Dorotea. Me mataron los murmullos.

«Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad. El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche, siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí donde el aire cambia el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como si fuera un puro murmullo de la vida…»

-Sí. Dorotea. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me había venido juntando hasta que ya no pude soportarlo. Y cuando me encontré con los murmullos se me reventaron las cuerdas.

3. En el fragmento de El Señor Presidente (Miguel Ángel Asturias, 1946), localiza los elementos de crítica social y las innovaciones en el lenguaje narrativo.

En Palacio, el Presidente firmaba el expediente, asistido por el viejecito que entró al oír que Ilamaban a ese animal. Ese animal era un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad, y los ojos azules y turbios perdidos en anteojos color de yema de huevo. El Presidente puso la última firma y el viejecito, por secar de prisa, derramó el tintero sobre el pliego firmado.

– ¡ANIMAL!

– ¡Se … ñor!

– ¡ANIMAL!

Un timbrazo…, otro…, otro… Pasos y un ayudante en la puerta. – ¡General, que le den doscientos palos a éste, ya, ya ! -rugió el Presidente; y pasó en seguida a la Casa Presidencial.

La comida estaba puesta. A ese animal se le llenaron los ojos de lágrimas. No habló porque no pudo y porque sabía que era inútil implorar perdón: el Señor Presidente estaba como endemoniado con el asesinato de Parrales Sonriente … El sudor de la espalda le pegaba la camisa, acongojándole de un modo extraño. ¡nunca había sudado tanto!…¡Y no poder gritar para aliviarse! Y la basca del miedo le, le, le hacía tiritar… El ayudante le sacó del brazo como dundo, embutido en una torpeza macabra: los ojos fijos, los oídos con una terrible sensación de vacío, la piel pesada, pesadísima, doblándose por los riñones, flojo, cada vez más flojo…

Minutos después, en el comedor:

– ¿Da su permiso, señor Presidente? – Pase, general. – Señor, vengo a darle parte de ese animal que no aguantó los doscientos palos. La sirvienta que sostenía el plato del que tomaba el Presidente en ese momento, una papa frita, se puso a temblar…

– Y usted, ¿por qué tiembla ? -la increpó el amo. Y volviéndose al general que, cuadrado, con el quepis en la mano, esperaba sin pestañear:

¡Está bien, retírese!

Sin dejar el plato, la sirvienta corrió a alcanzar al ayudante y le preguntó por qué no había aguantado los doscientos palos.

– ¿Cómo por qué ? ¡ Porque se murió!

Y siempre con el plato, volvió al comedor.

– Señor -dijo casi Ilorando al Presidente, que comía tranquilo- dice que no aguantó porque se murió.

– ¿Y qué ? ¡Traiga lo que sigue !

… Un leve movimiento en la puerta del comedor le hizo volver la cabeza. – Pase, general… – Con el permiso del Señor Presidente… – ¿Ya están listos, general?

– Sí, Señor Presidente… – Vaya usted mismo, general; presente a la viuda mis condolencias y hágale entrega de esos trescientos pesos que le manda el Presidente de la República para que se ayude en los gastos de entierro.

4. Lee los textos de Rayuela de Julio Cortázar y relaciónalos con las características que conoces de la novela.

34

En setiembre del 80, pocos meses después del fallecimiento
Y las cosas que lee, una novela, mal escrita, para colmo
de mi padre, resolví apartarme de los negocios, cediéndolos
una edición infecta, uno se pregunta cómo puede interesarle
a otra casa extractora de Jerez tan acreditada como la mía;
algo así. Pensar que se ha pasado horas enteras devorando
realicé los créditos que pude, arrendé los predios, traspasé
esta sopa fría y desabrida, tantas otras lecturas increíbles,
las bodegas y sus existencias, y me fui a vivir a Madrid.

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(Renovigo, N° 5)

OTRO SUISIDA

Ingrata sorpresa fue leer en «Ortográfiko» la notisia de aber fayesido en San Luis Potosí el 1° de marso último, el teniente koronel (acendido a koronel para retirarlo del serbisio), Adolfo Abila Sanhes. Sorpresa fue porke no teníamos notisia de ke se ayara en kama. Por lo demás, ya ase tiempo lo teníamos katalogado entre nuestros amigos los suisidas, i en una okasión se refirió «Renovigo» a siertos síntomas en él obserbados. Solamente ke Abila Sanhes no eskojió el rebólber komo el eskritor antiklerikal Giyermo Delora, ni la soga como el esperantista fransés Eujenio Lanti.

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Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

7

Toco tu boca, con un dedo todo el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos, donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

5. Después de tu lectura de Cien años de soledad, encuentra en el texto características del realismo mágico y rasgos innovadores del las novelas del boom.

6. El cuento hispanoamericano contemporáneo:

  1. Lee el cuento de Borges, “La Biblioteca de Babel” y encuentra en él todas las características, temas y símbolos que conoces de su obra. Explica qué rasgos tiene el lenguaje que emplea.

  2. Lee los cuentos de Benedetti y Monterroso. Encuentra rasgos que compartan y que los distingan.
  3. En los cuentos de Cortázar, busca ejemplos que justifiquen la siguiente afirmación con respecto a su narrativa: “Sus relatos muestran una particular realidad en la que irrumpe a veces lo insólito, lo inesperado, que altera y transforma la vida cotidiana.”
  4. Busca ejemplos de la función lúdica en los cuentos de Cortázar.
  5. ¿Quiénes son los cronopios y los famas?

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