Redacta un breve comentario en el que expreses con coherencia los rasgos temáticos y formales que caracterizan a cada uno de los siguientes textos. Indica también por qué corresponden a una época de la creación novelística de posguerra. Concluye proponiendo, por los datos que has expuesto previamente, a qué autor, obra y corriente novelística pertenecen.
TEXTO 1
Sin abrir los ojos sentí otra vez una oleada venturosa y cálida. Estaba en Barcelona. Había amontonado demasiados sueños sobre este hecho concreto para no parecerme un milagro aquel primer rumor de la ciudad diciéndome tan claro que era una realidad verdadera como mi cuerpo, como el roce áspero de la manta sobre mi mejilla. Me parecía haber soñado cosas malas, pero ahora descansaba en esta alegría. (…)
Yo tenía hambre, pero no había nada comestible que no estuviera pintado en los abundantes bodegones que llenaban las paredes, y los estaba mirando, cuando me llamó tía Angustias.
El cuarto de mi tía comunicaba con el comedor y tenía un balcón a la calle. Ella estaba de espaldas, sentada frente al pequeño escritorio. Me paré, asombrada, a mirar la habitación porque aparecía limpia y en orden como si fuera un mundo aparte en aquella casa. Había un armario de luna y un gran crucifijo tapiando otra puerta que comunicaba con el recibidor; al lado de la cabecera de la cama, un teléfono.
La tía volvía la cabeza para mirar mi asombro con cierta complacencia. Estuvimos un rato calladas y yo inicié desde la puerta una sonrisa amistosa. —Ven, Andrea —me dijo ella—. Siéntate.
Observé que con la luz del día Angustias parecía haberse hinchado, adquiriendo bultos y formas bajo su guardapolvo verde, y me sonreí pensando que mi imaginación me jugaba malas pasadas en las primeras impresiones.
—Hija mía, no sé cómo te han educado…
(Desde los primeros momentos, Angustias estaba empezando a hablar como si se preparase para hacer un discurso.)
Yo abrí la boca para contestarle, pero me interrumpió con un gesto de su dedo.
—Ya sé que has hecho parte de tu bachillerato en un colegio de monjas y que has permanecido allí durante casi toda la guerra. Eso, para mí, es una garantía. Pero… esos dos años junto a tu prima —la familia de tu padre ha sido siempre muy rara—, en el ambiente de un pueblo pequeño, ¿cómo habrán sido? No te negaré, Andrea, que he pasado la noche preocupada por ti, pensando… Es muy difícil la tarea que se me ha venido a las manos. La tarea de cuidar de ti, de moldearte en la obediencia… ¿Lo conseguiré? Creo que sí. De ti depende facilitármelo.
No me dejaba decir nada y yo tragaba sus palabras por sorpresa, sin comprenderlas bien.
—La ciudad, hija mía, es un infierno. Y en toda España no hay una ciudad que se parezca más al infierno que Barcelona… Estoy preocupada con que anoche vinieras sola desde la estación. Te podía haber pasado algo. Aquí vive la gente aglomerada, en acecho unos contra otros. Toda prudencia en la conducta es poca, pues el diablo reviste tentadoras formas… Una joven en Barcelona debe ser como una fortaleza. ¿Me entiendes?
—No, tía. Angustias me miró. —No eres muy inteligente, nenita. Otra vez nos quedamos calladas.
Te lo diré de otra forma: eres mi sobrina; por lo tanto, una niña de buena familia, modosa, cristiana e inocente. Si yo no me ocupara de ti para todo, tú en Barcelona encontrarías multitud de peligros. Por lo tanto, quiero decirte que no te dejaré dar un paso sin mi permiso. ¿Entiendes ahora?
—Sí.
—Bueno, pues pasemos a otra cuestión. ¿Por qué has venido? Yo contesté rápidamente:
–Para estudiar.
(Por dentro, todo mi ser estaba agitado con la pregunta.)
—Para estudiar letras, ¿eh?… Sí, ya he recibido una carta de tu prima Isabel. Bueno, yo no me opongo, pero siempre que sepas que todo nos lo deberás a nosotros, los parientes de tu madre. Y que gracias a nuestra caridad lograrás tus aspiraciones.
—Yo no sé si tú sabes…
—Sí; tienes una pensión de doscientas pesetas al mes, que en esta época no alcanzará ni para la mitad de tu manutención… ¿No has merecido una beca para la universidad?
—No, pero tengo matrículas gratuitas.
—Eso no es mérito tuyo, sino de tu orfandad. Otra vez estaba ya confusa, cuando Angustias reanudó la conversación de un modo insospechado.
—Tengo que advertirte algunas cosas. Si no me doliera hablar mal de mis hermanos te diría que después de la guerra han quedado un poco mal de los nervios… Sufrieron mucho los dos, hija mía, y con ellos sufrió mi corazón… Me lo pagan con ingratitudes, pero yo les perdono y rezo a Dios por ellos. Sin embargo, tengo que ponerte en guardia…
Bajó la voz hasta terminar en un susurro casi tierno:
—Tu tío Juan se ha casado con una mujer nada conveniente. Una mujer que está estropeando su vida… Andrea; si yo algún día supiera que tú eras amiga de ella, cuenta con que me darías un gran disgusto, con que yo me quedaría muy apenada…
TEXTO 2
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya. (…)
Nací hace ya muchos años -lo menos cincuenta y cinco- en un pueblo perdido por la provincia de Badajoz; el pueblo estaba a unas dos leguas de Almendralejo, agachado sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días -de una lisura y una largura como usted para su bien, no puede ni figurarse- de un condenado a muerte.
Era un pueblo caliente y soleado, bastante rico en olivos y guarros (con perdón), con las casas pintadas tan blancas, que aún me duele la vista al recordarlas, con una plaza toda de losas, con una hermosa fuente de tres caños en medio de la plaza. (…)
Mi casa estaba fuera del pueblo, a unos doscientos pasos largos de las últimas de la piña. Era estrecha y de un solo piso, como correspondía a mi posición, pero como llegué a tomarle cariño, temporadas hubo en que hasta me sentía orgulloso de ella. En realidad lo único de la casa que se podía ver era la cocina, lo primero que se encontraba al entrar, siempre limpia y blanqueada con primor (…)
El resto de la casa no merece la pena ni describirlo, tal era su vulgaridad. Teníamos otras dos habitaciones, si habitaciones hemos de llamarlas por eso de que estaban habitadas, ya que no por otra cosa alguna, y la cuadra, que en muchas ocasiones pienso ahora que no sé por qué la llamábamos así, de vacía y desamparada como la teníamos. En una de las habitaciones dormíamos yo y mi mujer, y en la otra mis padres hasta que Dios, o quién sabe si el diablo, quiso llevárselos;(…) La verdad es que las habitaciones no estaban muy limpias ni muy construidas, pero en realidad tampoco había para quejarse; se podía vivir, que es lo principal, a resguardo de las nubes de la navidad, y a buen recaudo -para lo que uno se merecía- de las asfixias de la Virgen de agosto.
TEXTO 3
Zacarías y Mely se marcharon en pos de Miguel, Fernando y Alicia, que ya habían salido con Daniel, camino del río. Los demás se quedaban, junto con los de la pandilla de Legazpi, para irse hacia el tren; terminaban de recoger todas sus cosas y ya iban pasando despacio hacia el pasillo. Los primeros habían cruzado el local sin detenerse, y ahora Mauricio se informaba con los de la estación:
–¿Qué ha pasado, muchachos?
–Pues una chica, que se ha ahogado en el río – contestaba el de Atocha.
–¡Joroba, eso ya es peor! – exclamó el alcarreño, torciendo la cabeza.
–¿Y qué chiquita ha sido?
–Yo no le puedo decir, no la conocía. Venía con esos otros. Aquí éstos a lo mejor la conocen – indicaba a Samuel y Maria Luisa.(…)
–Ésta es una, ya le digo, finita, con una cara, pues así un poco… vaya, no sé qué señas le daría… (…)
–¡Vaya por Dios! – decía -. ¡Que no se puede dar nunca un fiesta completa! Siempre tiene que producirse algún suceso que la oscurezca y la fastidie. Mira por dónde tenía que…(…)
Bajaron hacia los merenderos y el puentecillo de madera; sus pasos se hicieron ruidosos en las tablas; llegaban al puntal. Se recortaban las sombras de los otros; los primeros, los guardias civiles; Mely reconoció sus rostros a la luna, en una rápida mirada. Les salía Paulina al encuentro.
–¡Alicia, Alicia…! – venía gritando, y lloraba otra vez al abrazarla.
Los otros alcanzaban el bulto de Lucita.
–No se acerquen ahí – dijo el guardia más viejo.
Pero ya Mely se había agachado junto al cuerpo y le descubría la cara. Sebas se vino al lado de Miguel y se cogía a su brazo fuertemente, sin decir nada; oprimía la frente contra el hombro del otro, que miraba el cadáver. Los guardias acudieron hacia Mely; la levantaron por un brazo:
–Retírese, señorita, ¿no me ha oído?, no se puede tocar. Se revolvió con furia, desasiéndose:
–¡Suélteme! ¡No me toque! ¡Déjeme quieta…! (…)
–¡Haga el favor de obedecerme, señorita, y quitarse de ahí – de nuevo la agarraba por el brazo-. Contrariamente…
–¡Déjeme, bárbaro, animal…! -le gritaba llorando y se debatía, golpeando la mano que la tenía atenazada.
–¡Señorita, no insulte! ¡Repórtese ahora mismo! ¡No nos obligue a tomar una medida!
–Además, va usted a darme su nombre ahora mismo, señorita – decía el guardia Gumersindo, sacándose una libreta del bolsillo superior -. Así sabrá lo que es el faltarle a la Autoridad.
El otro guardia se inclinaba sobre el cadáver, para taparlo nuevamente. Los estudiantes se habían acercado:
–Oiga, dispénseme que le diga un momento – intervenía el de Medicina -; dirá usted que a mí quién me manda meterme… Pero es que la chica está sobresaltada, como es natural, por un choque tan fuerte…
–Sí, sí, de acuerdo; si ya se comprende que está exaltada y lo que sea. Pero eso no es excusado para insultarle a las personas. Y menos a nosotros, que representamos lo que representamos.
–Si ya lo sé, si le doy la razón enteramente – le replicaba el otro con voz conciliatoria -; si yo lo único que digo es que es una cosa también muy normal y disculpable el que se pierda el control en estos casos, y más una chica; se tienen los nervios deshechos…
–Que pase por esta vez. Y para otra ya lo sabe. Hay que medir un poco más las palabras que se profieren por la boca. Que el simple motivo del acaloramiento tampoco es disculpa para poder decir una persona lo que quiera. Así que ya están informados.
–Hale ya – intervenía el otro guardia -; ahora retírense de aquí todos y tengamos la fiesta en paz. Andando.
–Regresen a sus puestos cada uno – dijo el primero -, tengan la bondad. Y mantengan la debida compostura, de aquí en adelante, y el respeto que está mandado guardar a los restos mortales, asimismo como a las personas que representan a la Autoridad. Que el señor Juez ya no puede tardar mucho rato en personarse.
Se retiraron y formaban un corrillo cerca de Tito. Ya Mely se había calmado.
– Son los que se tiraron a por ella – explicaba en voz baja Sebastián -. Hicieron lo que podían, pero ya era tarde.
Daniel se habia sentado junto a Tito, en la arena. De nuevo sonaron pasos en las tablas; volvía Josemari.
–Nos habíamos metido por la cosa de enjuagarnos – continuaba Sebas -, quitarnos la tierra que teníamos encima; nada, entrar y salir; fue ella misma en quejarse y que estaba a disgusto con tanta tierra encima – se cogía la frente con las manos crispadas -; ¡y tuve que ser yo la mala sombra de ocurrírseme la idea! Es que es para renegarse, Miguel, cada vez que lo pienso… (…)En fin, a ver si viene ya ese Juez.